Mi padre observó, con tristeza, el visible cambio que se había producido en mi humor y en mis costumbres. Con argumentos que le dictaba la tranquilidad de su conciencia y un pasado irreprochable, intentó darme la fortaleza del ánimo y el valor necesario para eliminar los sombríos nubarrones que se acumulaban sobre mí.
Por desgracia, pese a su bondad aquellos consejos no servían en mi caso. Yo hubiera sido el primero en ocultar mi tristeza si el remordimiento no se hallara unido a ella y si el miedo no me mantuviera siempre alerta. No podía responder a mi padre más que con miradas llenas de desesperación o evitando su presencia.
-Frankestein, Mary W. Shelley.
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